Una obra de gran importancia hasta ahora prácticamente desconocida para quienes no tenían la fortuna de poseer alguna de las dos primeras ediciones (1935 y 1955), celosamente guardadas a buen recaudo, puesto que no aparecían ni en los circuitos de bibliófilos. Ahora ya es posible conocer a fondo el pensamiento y la cocina de Teodoro Bardají, el más alto representante (honor compartido, en nuestra opinión, con Ignacio Domènech) de la cocina española del pasado siglo XX. Obra realizada, entonces, para todos los públicos, pero que hoy resulta, además, imprescindible para los profesionales, como también su Índice culinario, sobre todo para los que disfrutan del gran don de la juventud enamorada del oficio de cocinar. Quienes saben que el futuro de la cocina se construye conociendo de verdad las raíces y el pasado que la sustenta, es aquí donde pueden encontrar la mejor fuente de conocimientos, que por fortuna no proceden de un publicista al uso, de un ama de casa de conocimientos nada despreciables, sino de un gran cocinero, de un excelente maestro, que se mantuvo al pie de los fogones hasta el momento de su inevitable jubilación. Teodoro Bardají, una verdadera gloria de lo mejor de la cocina española. Quienes lo conocen se apasionan con su obra. Y así ocurre con los profesionales, tal como hacen quienes dejan constancia expresa y no dudan en felicitar a Ediciones La Val de Onsera por la idea de sacar esta nueva edición. Y es que, así, se han reencontrado con un “colega” del que sabían de oídas y ahora disfrutan de su duradero magisterio.
Esta edición de La cocina de Ellas es la última que publicó Teodoro Bardají Mas (Binéfar, Huesca, 1882 – Madrid, 1958), reproduciendo la segunda de 1955. Con el título el autor recuerda la revista Ellas –fundada en 1932 por José Mª Pemán–, una de las muchas publicaciones en las que Teodoro Bardají difundía su saber culinario y gastronómico para provecho de las amas de casa y de los profesionales de la cocina. Esta obra refleja, como tal vez ninguna otra, el estado de la cocina española en gran parte del pasado siglo XX. Su biografía es ejemplo de lo que debe ser un cocinero, muy admirado y valorado, que no se dejaba llevar por una fácil y hasta lógica egolatría, como corresponde a los que, por sabios y geniales, creen que han de devolver sus conocimientos a la sociedad de la que provienen, conscientes como son de que es mucho menos lo que saben que lo que les queda por aprender. Amigos periodistas, escritores y cocineros le rindieron diferentes homenajes, y la Diputación Permanente de la Grandeza Española, en reconocimiento a sus esfuerzos por divulgar la cocina, le otorgó, en 1956, la Medalla de Oro de la Nobleza Española. Ejemplo que se debería seguir por las Instituciones actuales con más magnanimidad, reconociendo con rotundidad la importancia cultural de la cocina y de que quienes ejercen tan artístico y noble quehacer. |